Imagina que estás conectado/a a una máquina que es capaz de identificar cada sensación o emoción que aparezca en tu cuerpo. Imagina que te pido que en ningún momento te pongas nervioso/a o la máquina pitará al instante. Ahora, imagina que te estoy apuntando con una pistola y si la máquina detecta un mínimo de ansiedad o miedo te dispararé. ¿Cuánto tiempo crees que serías capaz de mantener tu ansiedad bajo control?.
La mayoría de las veces la persona considera que moriría en poco tiempo. En este ejercicio macabro, estilo Black Mirror o El Juego del Calamar, pocas probabilidades habría de salir con vida. Esta es una manera de intentar hacer ver que es poco probable controlar una emoción.
Es curioso observar cómo la misma pistola apuntando a tu cabeza podría hacer que me des tu dinero, que permanezcas en silencio, o que bailes hasta que yo te lo diga si tuvieses la mínima sensación de que tu vida corre peligro. Sin embargo, cuando se trata de tener a raya una emoción, una pistola pierde toda su capacidad de influencia.
Pongamos que no estás conforme con el color de la pared de tu salón. Imagina que cada día que pasa el asunto te va generando más estrés, llegando a la conclusión de que a ti te gustaría un color “verde aesthetic” como el del Pinterest de alguien que viste hace tiempo. Ese malestar, llámalo X, puede hacer que te impliques en una gran cantidad de acciones dirigidas a reducirlo. Al final, ponerte manos a la obra y cambiar el color de la pared acabaría siendo la forma más realista de conseguir lo que verdaderamente quieres y salir de esa serie de sensaciones X de malestar.
En la gran mayoría de circunstancias vitales nos funciona dirigir nuestras acciones a cambiar aquello que no nos gusta tener. Una actitud más que adaptativa para una amplia mayoría de contextos. El lema: “si algo no me gusta, lo cambio”, funciona. Malestar out.
De limones, elefantes rosas, Marge Simpson y Batman.
Ahora me voy a poner en modo Reel, historia, o cómo se diga en la actualidad. Hazme un favor. No pienses en un limón. No pienses en su textura, ni en su forma, ni en su color. Y, por supuesto, no pienses en su sabor o en la sensación que notas al comerlo. Es curioso ¿verdad?. ¡Te he dicho que NO lo pienses!. También puedes hacerlo con elefantes rosas, Marge Simpson o Batman.
Lo sé, suena a ejemplo del gurú de turno. No obstante, solo es una metáfora que busca ejemplificar ciertos aspectos del mundo interior del ser humano. No lo he inventado yo. Ni siquiera ese tío o esa tía de Instagram a quién se lo escuchaste por primera vez. Psicología barata para muchos, pero didáctica.
Ahora, fíjate en la diferencia si te pido que no te rasques la cabeza, que no aplaudas, o que no cruces tus brazos. ¿Puedes hacerlo si te lo propones?
Ciertas conductas como rascarse, aplaudir o cruzar los brazos, parecen estar sujetas a nuestra voluntad de control. Sin embargo, puede que la imagen del limón no haya tardado demasiado en aparecer en tu cabeza a pesar de querer mantenerla lejos de ti, incluso hay personas que llegan a salivar como si lo estuviesen saboreando. Es como si el pensamiento del limón se escapase de nuestro control. Aquí, al igual que lo que ocurría al principio con el intento de control de una emoción, el lema sería: “por mucho que no quiera tenerlo, lo tendré”.
Este tipo de metáforas forman parte de los recursos que se utilizan en terapia para ejemplificar aspectos relevantes del ser humano. Pretenden que la persona identifique el funcionamiento de su mundo interior, aunque lo verdaderamente interesante es que lo traslade a su propia experiencia vital.
Tenemos un martillo pero no todo lo demás son clavos.
Contamos con un cerebro “solucionador de problemas”. Una máquina centrada en resolver la papeleta ante todo lo que se tuerza. Sin embargo, en determinadas ocasiones, lo que consideramos un problema quizá no tenga porqué ser solucionado.
Supongamos que te acabas de despertar en medio de la noche dándole vueltas a un error que cometiste en el trabajo durante el día anterior. El pensamiento de “eres idiota” no abandona tu mente y te descubres dándole más y más vueltas al asunto. No me cabe ninguna duda de que quieres con todas tus fuerzas que ese pensamiento deje de estar ahí y volver a dormir plácidamente. Pero ¿y si no es un problema a ser resuelto? ¿y si el intento por hacerlo desaparecer lo acaba convirtiendo en algo cada vez más grande? ¿y si es una de esas situaciones de “por mucho que no quieras tenerlo lo tendrás”?.
El cerebro solucionador se activa enviando pensamientos y emociones, intentando que te impliques en la resolución de eso que te genera malestar. Quieres quitártelo de la cabeza pero el pensamiento aparece (el limón) e intentas mantener bajo control un estado emocional que no es susceptible de ser controlado (recuerda la pistola). No puedes cambiar el pasado, no puedes dejar de pensar en ello, no puedes dejar de sentirte mal y, sobre todo, ¡no puedes dormir! ¿Cómo salir entonces de este atolladero?
La solución sin solución
Intentar relajarte, discutir el pensamiento, intentar verlo de forma más positiva, decirte que no pasa nada, tomar una pastilla, etc. Son conductas que buscan cambiar la situación y reducir el malestar. Significa que hemos aceptado ese pensamiento o esa emoción como una verdad absoluta digna de ser atendida. Nos enganchamos a la tarea convencidos de que toca quitárselo de encima.
Puede que luchar por liberarnos de ello funcione a corto plazo. Sin embargo, a la larga, estamos adquiriendo una forma rígida de responder en este tipo de situaciones que no están dentro de nuestro control. Así, puede haber momentos en los que por mucho que piense en algo positivo, respire, intente relajarme, discuta el pensamiento, o me tome la pastilla, el malestar se mantiene.
Intentar suprimir el malestar centra nuestra atención aún más en el problema y no nos permite desarrollar una estrategia diferente que ha mostrado su eficacia a largo plazo en la gestión de ese tipo de circunstancias.
Estar abiertos y dispuestos a experimentar esos eventos internos sin juicios y sin quedarnos enganchados a ellos. Aprender a dejar que aparezcan y se vayan, actuando como observadores y no como ejecutores. Asistir curiosos y con cierto sentido del humor a lo que nos acontece dentro sin considerarlo una verdad absoluta que domine nuestro presente.
En terapia se desarrollan diferentes ejercicios y técnicas para generar nuevas estrategias de respuesta ante estas situaciones y tomar el control solo de aquello que podemos controlar.