Desde pequeño he crecido en entornos con mucho gusto por la música. En mi casa amanecían los domingos con un fondo musical diverso que en algunas ocasiones endulzaba la mañana y en otras exacerbaba mi resaca. Recuerdo a mi padre poniendo vinilos y CDs de Fleetwood Mac, Eagles, Leonard Cohen, The Doors, Bob Marley, Van Morrison y un largo etcétera de estilos diferentes, y de autores y bandas nacionales e internacionales. “Mira Gonzalo” “Escucha cómo mete el coro aquí” “Escucha qué pedazo de voz”, decía mi padre disfrutando mientras subía el volumen. Y yo mientras… descubría un mundo nuevo de sensaciones indescifrables.
Recuerdo pasar horas y horas poniendo cintas de cassette en casa de mi tío. U2, Dire Straits, Los Deltonos, El Último de la Fila, Revolver… Jugábamos sin pretenderlo a descubrir nuevos temas. Tú primero y luego yo. Tú pones y yo escucho mientras me cuentas las curiosidades de la banda, de sus letras, de sus vidas y sus vicisitudes, y de lo que vivías mientras sonaba de fondo el tema en cuestión.
Por aquél entonces todavía se estilaba ver las carátulas y leer las letras y los créditos de los discos. Seguro que es parte del hecho de hacerme viejo, pero creo que tuve suerte de nacer en los 80. Pero bueno, nostalgia aparte. Había una especie de ritual en todo ello que invitaba a degustar el producto en un proceso de descubrimiento casi místico de lo que acabaría siendo la banda sonora de tu vida.
Reconozco que las canciones han movilizado cosas dentro de mi. Escucharlas y crearlas ha servido para ayudarme a ordenar pensamientos, digerir emociones difíciles y liberar tensiones físicas. En la “antigüedad”, Platón decía que la música podía tocar el alma, y en la actualidad, la neurociencia cognitiva muestra su poder transformador en nuestro cerebro. Entre otros, aumenta la neuroplasticidad y la reestructuración de redes neuronales, aporta beneficios para funciones cognitivas como la memoria, atención y el aprendizaje, e impacta en nuestros estados emocionales y bienestar físico.
“Si hay algo bueno que tenga la música es que cuando te golpea no sientes dolor“
Bob Marley
Y buena razón que tenía. O al menos eso puede extraerse de la investigación realizada con los años sobre la musicoterapia. Los estudios han ido evidenciando sus efectos positivos en diversas situaciones cómo: parto, dismenorrea, laparoscopia, ortopedia, cáncer, fibromialgia, dermatología y atención pre y postoperatoria cardiovascular, o cirugía abdominal. Alivia el dolor en quemados, salas de emergencias y unidades de cuidados intensivos. Y, por supuesto, aporta beneficios ante el estrés, ansiedad y depresión. Al final te dejo un artículo donde puedes contrastar todo esto.
Las diversas investigaciones en el campo de la musicoterapia han analizado diferentes usos de la música como herramienta, evidenciando su relación con el aumento de la calidad de vida y la protección de la salud de las personas, pero quisiera centrarme en otro aspecto de la influencia de la música que quizá hoy en día quede lejos del análisis del método científico. Me estoy refiriendo a su “influencia vital”. Una especie de herramienta al servicio del ser humano que moviliza pensamientos, genera estados de ánimo y llega a promover comportamientos. No tengo claro que sea algo que le vaya a pasar a todo el mundo por el simple hecho de pertenecer a la especie humana, sin embargo, no deja de sorprenderme cómo llega a crearse “tal cosa” entre la persona y la melodía.
Las canciones no transmiten o significan lo mismo para todos. Sin embargo, he observado cómo actúan a modo de lenguaje universal que invita a movilizar conciencias. Un arte que toca y hace vibrar los hilos invisibles del ser humano y que actúa como un canal de información que no sabemos descifrar en su totalidad. Va más allá de las negras, corcheas y de las activaciones cerebrales, y conecta con lo que cada uno de nosotros somos.
En mi caso, y sé que esto dista mucho de ser algo científico, aporta sentido. Y cuando una frase de una canción o una melodía me aporta sentido… ¡Aparece!. En ese momento tiene lugar esa sensación que creí poder explicar al ponerme a escribir estas líneas y que a estas alturas del texto tengo serias dudas de que esté consiguiendo transmitir. Es una sensación que también está cuando sacas los primeros acordes de una canción, cuando cantas por primera vez “El roce de tu piel” de Platero y Tu, aporreando con tus titubeantes dedos la guitarra que te regalaron tus tíos con 12 años. También está cuando cantas por primera vez con todos tus amigos en la playa versiones de Albertucho, y cuando compones tu primera canción de desamor. Quizá tenga relación con eso que sienten quienes tienen la fortuna de subirse a un escenario y cantar ante desconocidos melodías y letras que han salido de lo más profundo de su ser. Y quizá, sea como eso que se siente cuando cantan contigo tu canción esos curiosos desconocidos.
“No vive en una voz ni en una orquesta… vive en el buscar del que lo encuentra”.
Sobrinus
No sé si puede llamarse inspiración, motivo, sentido… En realidad, no importa la etiqueta. Si a estas alturas del artículo lo has reconocido ya sabrás a lo que me refiero. Si aún crees no haberlo sentido nunca no hagas nada. Solo escucha, canta, baila y sobre todo, ¡exprésate como quieras!, y de algún modo u otro vendrá. El arte es un buen camino para encontrarlo y la música es el lenguaje.
En definitiva, haya conseguido o no transmitirte realmente lo que quiero decir, me daría por satisfecho si en algún momento que lo notes, dejes que ocurra. Si te hace bien, saboréalo y ¡disfruta!! “Que la música es un Dios”.
Bibliografía:
Arnold CA, Bagg MK, Harvey AR. La psicofisiología de las intervenciones basadas en la música y la experiencia del dolor. Psicol de la parte delantera. 2024 10 de mayo;15:1361857. doi: 10.3389/fpsyg.2024.1361857. PMID: 38800683; PMCID: PMC11122921.