La psicología ha identificado alguna que otra contradicción en su empeño por conocer y comprender el comportamiento del ser humano. Porque la capacidad de preocuparnos, un aspecto nuclear de la ansiedad que forma parte de nuestro archivo de estrategias de comportamiento, tiene algo de inverosímil.
Supongo, que en alguna ocasión te hayas descubierto dentro de esta especie de cárcel de pensamientos que, a menudo, nos provoca emociones y sensaciones desagradables. Suele iniciarse cuando identificamos algún tipo de amenaza, un peligro potencial o la imagen mental de una catástrofe que acaba desencadenando un estado de ansiedad.
Un círculo vicioso
La preocupación es parte de un mecanismo esencial para la supervivencia, ya que permite centrar la atención en la búsqueda de una salida ante un peligro potencial. Nos permite evaluar las distintas formas de respuesta ante una situación. Nos pre-ocupamos para después ocuparnos. Sin embargo, si se mantiene constante sin aportar soluciones adaptativas, corre el riesgo de cronificarse y convertirse en un problema psicológico. Ante la no resolución de una alerta inicial, mayor preocupación, y cuanto más se intensifica la preocupación, más inflexible se vuelve el razonamiento.
Ejemplo de lo anterior es lo que ocurre en las fobias, las obsesiones y el trastorno de pánico. Si no cortamos el ciclo de la preocupación seguiremos intentando encontrar salida a una situación temida (fobia), a un desastre (obsesiones), a la muerte (ataques de pánico), y lo que es peor, lo haremos cada vez de forma más inconsciente y más rígida.
Se desencadena un círculo vicioso. Es como volverse adicto a preocuparse. Pero ¿por qué?, ¿cuál es el valor adaptativo de todo esto?, ¿de qué le sirve a una persona seguir preocupándose y, por enésima vez, comprobar si ha cerrado bien la puerta de su casa?. Cuando la preocupación altera nuestro bienestar ¿por qué se mantiene este mecanismo?
Preocuparse funciona y nos permite salir airosos de un peligro o problema
La necesidad de preocuparnos
Curiosamente, existen dos razones para perpetuar el mecanismo de la preocupación. La primera razón es que funciona. Quizá no siempre, pero de vez en cuando, proporciona una salida satisfactoria al problema. Seguro que alguna vez preocuparte ha permitido que obtengas una grata sensación de seguridad, te ha mostrado resultados eficaces para desenvolverte en la vida, o ha hecho que acabes protegiendo de un peligro a las personas que te importan. A veces, preocuparse funciona y nos permite salir airosos de un peligro o problema, lo que actúa como recompensa y hace que nuestro cerebro tienda a reutilizar esa estrategia. Actúa como una conducta con una pauta de reforzamiento variable. Como las máquinas tragaperras, unas veces se consigue el premio y otras no. Esto hace más probable el hábito de introducir monedas con la idea, consciente o no, de que te puede tocar el premio.
La segunda razón tiene que ver con la idea de la atención consciente. Lo que a menudo ocurre mientras le damos vueltas a uno o varios asuntos es que, mientras estamos centrados en los pensamientos que proponen alternativas al peligro, se aparta de la mente consciente la imagen original del propio peligro que disparó la ansiedad. Así, pensar en alternativas al problema nos ayuda a “ocuparnos” de la ansiedad que produce el propio problema. Sin embargo, reducir la ansiedad no siempre es sinónimo de éxito en la resolución de un problema.
Como ocurre a menudo en psicología, el sufrimiento viene de la mano de la inflexibilidad psicológica. Nos sumergimos en un bucle de preocupaciones crónicas que no generan soluciones creativas. Se propicia una rigidez mental que tiene su representación en los propios sistemas neuronales de nuestro cerebro por la influencia del denominado cerebro emocional. Tiene lugar una especie de secuestro mental que impide la reflexión saludable y adaptativa que, a su vez, nos sumerge en más ansiedad por no lograr una solución satisfactoria.
Una voz que muchas veces está ahí por una especie de presión social validada por nuestros seres queridos y amigos que, no sin buenas intenciones, acaba alimentando el mismo patrón
No debemos obviar la potente influencia de la cultura en su empeño por erradicar el sufrimiento humano. Esto ocurre desde que nacemos. Se nos enseña a procurar estar libres del malestar emocional. Como si el no sufrir fuese el propósito vital, creando así la verdadera “trampa de la felicidad”. Una voz que parece gritarte: ¡no tengas miedo!, ¡no estés triste y sé feliz!, ¡deja de pensar eso!, ¡sé positivo/a! y ¡encuentra tu mejor versión!. Una voz que muchas veces está ahí por una especie de presión social validada por nuestros seres queridos y amigos que, no sin buenas intenciones, acaban alimentando el mismo patrón. Ese empeño por obviar el significado de nuestro malestar y cambiarlo a toda costa por un bienestar inmediato que puede convertirse en un arma de doble filo.
Te preguntarás ¿cómo va a ser perjudicial querer estar bien?. Generalmente no es así. Los comportamientos que generan el alivio del malestar, en su amplia mayoría, son adaptativos. Si no me gusta este trabajo intentaré buscar uno nuevo más beneficioso, si no me gusta el color de esta habitación podré cambiarlo y sentirme mejor. Mis conductas (buscar otro trabajo o ponerme a cambiar el color de mi cuarto) van a permitir que me sienta mejor. En la gran mayoría de circunstancias vitales funciona el lema: “si algo no me gusta, o me genera malestar, lo cambio y punto”.
Sin embargo, hay cierto sufrimiento vital cuya solución no está sujeta a la misma idea. Piensa en las adicciones por ejemplo. Una persona que bebe para aliviar su tristeza, o que fuma para reducir los nervios previos a un examen. Quizá, momentáneamente, sientan un alivio de su tristeza o su ansiedad al beber o fumar, sin embargo, es posible que vuelvan a sentir ese malestar en futuras ocasiones (futuras tristezas o futuros nervios) y la respuesta de “quitarme de encima esta sensación” a largo plazo generaría una adicción. En estas circunstancias más bien funciona el lema “si algo no me gusta, o me genera mal estar, lo tengo y punto ”, de lo contrario el intento por cambiar el malestar por bienestar podría condicionar aún más la vida.
Para lidiar con las preocupaciones de forma adaptativa, la terapia promueve que seamos conscientes del círculo vicioso cuando se inicia. Nos permite detectar los signos de ansiedad y los pensamientos que los desencadenan, permaneciendo presentes sin arrastrarnos por ellos y protegiendo aspectos valiosos de nuestra vida. Recuerda que la clave es ser flexibles. En algunas ocasiones podremos adoptar una postura crítica y encontrar alternativas realistas y saludables a una situación, pudiendo cambiar las cosas que nos preocupan. En otras, sin embargo, deberemos aprender a convivir con el malestar protegiendo nuestro presente y futuro de estrategias que no solucionarán el problema y podrían generarnos mayor malestar.